La desesperación y la desesperanza. La soledad y la nostalgia. La tristeza y sus absurdas ramificaciones. Aquello que no se dice por temor a no poder decirlo, aquello que se dice y nos rompe el corazón.
Los colores de mágicos momentos, las tonalidades grisáceas de las ausencias, los cepias de los recuerdos que se cuelan como intrusos.
El juego de una vida que se da de a poquito, como la rayuela de la que en algún momento hablé, las prendas que tenemos que ganar, los retrocesos por caer en el casillero equivocado.
Los fantasmas que nos hacen cosquillitas, pero que sabemos no están. El grito que nos despierta a la noche por una pesadilla que tiene demasiado de verdad. La sonrisa de despertar con un beso dulce, con una mirada que no exige nada.
La tortura de escuchar que la puerta se cierra y que el tiempo hasta que vuelva a abrirse será eterno.
La locura que a veces se nos instaura y nos mira de reojo, como desafiándonos. La cama que nos exige que reposemos en ella para siempre. El reloj y el infame tic tac que pareciera retumbar aún más cuando el silencio se apodera de nosotros.
La soledad de estar acompañado. La soledad de sentirse solo. Los secretos que se esconden de la puerta hacia adentro, de la puerta del alma hacia cada rincón de nuestros ser.
Jugar a las escondidas siendo grandes, pero sin hallarle la diversión, porque nos escondemos de nosotros mismos sin darnos cuenta.
La inminencia de ser aquello que no nos permitimos ser. De creer que más allá de todo lo que nos desanima está lo que nos anima, y que por temor, a veces, por cobardía no lo vemos. La vergüenza de decir lo que se siente, en el momento exacto, sin que nos gane el orgullo.
El sonrojo que genera advertir que si quisiéramos no estaríamos solos. La ternura de descubrir en algo tan simple y tan enorme a la vez como una flor el cosmos que conspira a nuestro favor.
El cuidar a una planta casi más de lo que nos cuidamos a nosotros mismos. El cuidar al otro tanto y descuidarnos esperando ser cuidados también. El dar y no recibir. El dar mucho, todo, y recibir migajas.
El esperar, el reloj, la desesperación, la desesperanza, la soledad.
El grito que no sale, que no se anima, la lágrima que reposa en un ojo ajeno, la sonrisa que aguarda paciente, la perfección que nos recuerda de a poquito que no existe pero que no nos aclara que puede ser mejor, por las dudas.
La sombra de todo aquello que podríamos haber sido y de lo que no nos quedó nada.
El hada madrina que viene a recordarnos que aún es tiempo, que siempre hay tiempo, que el tiempo es hoy y que no va a seguir esperándonos...
Los colores de mágicos momentos, las tonalidades grisáceas de las ausencias, los cepias de los recuerdos que se cuelan como intrusos.
El juego de una vida que se da de a poquito, como la rayuela de la que en algún momento hablé, las prendas que tenemos que ganar, los retrocesos por caer en el casillero equivocado.
Los fantasmas que nos hacen cosquillitas, pero que sabemos no están. El grito que nos despierta a la noche por una pesadilla que tiene demasiado de verdad. La sonrisa de despertar con un beso dulce, con una mirada que no exige nada.
La tortura de escuchar que la puerta se cierra y que el tiempo hasta que vuelva a abrirse será eterno.
La locura que a veces se nos instaura y nos mira de reojo, como desafiándonos. La cama que nos exige que reposemos en ella para siempre. El reloj y el infame tic tac que pareciera retumbar aún más cuando el silencio se apodera de nosotros.
La soledad de estar acompañado. La soledad de sentirse solo. Los secretos que se esconden de la puerta hacia adentro, de la puerta del alma hacia cada rincón de nuestros ser.
Jugar a las escondidas siendo grandes, pero sin hallarle la diversión, porque nos escondemos de nosotros mismos sin darnos cuenta.
La inminencia de ser aquello que no nos permitimos ser. De creer que más allá de todo lo que nos desanima está lo que nos anima, y que por temor, a veces, por cobardía no lo vemos. La vergüenza de decir lo que se siente, en el momento exacto, sin que nos gane el orgullo.
El sonrojo que genera advertir que si quisiéramos no estaríamos solos. La ternura de descubrir en algo tan simple y tan enorme a la vez como una flor el cosmos que conspira a nuestro favor.
El cuidar a una planta casi más de lo que nos cuidamos a nosotros mismos. El cuidar al otro tanto y descuidarnos esperando ser cuidados también. El dar y no recibir. El dar mucho, todo, y recibir migajas.
El esperar, el reloj, la desesperación, la desesperanza, la soledad.
El grito que no sale, que no se anima, la lágrima que reposa en un ojo ajeno, la sonrisa que aguarda paciente, la perfección que nos recuerda de a poquito que no existe pero que no nos aclara que puede ser mejor, por las dudas.
La sombra de todo aquello que podríamos haber sido y de lo que no nos quedó nada.
El hada madrina que viene a recordarnos que aún es tiempo, que siempre hay tiempo, que el tiempo es hoy y que no va a seguir esperándonos...
Sol.
9 comentarios:
gueniiiiisimoooooooooooooooooooooooooooooo
Muy verdareamente lindo Sol
Está bueno, Sol. Una duda: ¿El hada madrina envejece junto con nosotros o se mantiene siempre joven y linda la muy...?
El anónimo soy yo, Néstor. Se me desconfiguró la contraseña y no podía dejar el coment.
Envejece Nestor, envejece... Por eso hay que pedir los deseos antes de que sea demasiado tarde...
De hecho, Néstor... Mi hada está agonizando..
Me encantó
Vieron la canción de Daniel en el correo?
ale be, quién sos? Qué seudónimo (disculpen, odio profundamente la palabra "nick") usas en el correo? Estuve en tu blog y me gustó mucho lo que hacés...
Hola Sol
soy ale dos. entraste en punto g? estaba bueno el blog, anda medio abandonado...
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