domingo, 31 de enero de 2010

jueves, 28 de enero de 2010

CUANDO LAS VACACIONES DURAN MAS DE 15 DIAS

Hola amigos, regresé ayer de mis largas vacaciones. Bs. As. es un horno insoportable, y no tengo aire acondicionado. No se bien que hago acá.
De hecho creo que estoy en una dimensión desconocida, como si no terminara de caer a mi vida normal. Supongo que por eso las vacaciones suelen durar como máximo 15 dìas. Porque después de eso nadie querría volver a sus tareas remuneradas. Si por antiguedad te tocan más de 15, te las fraccionan, así no te entra el bichito de la duda "¿que mierda hago en este laburo?" "¿como no me pongo un barcito en la playa?" "¿en que momento se me ocurriò venirme a la ciudad?" y así el capitalismo se caería a pedazos. No habría mano de obra asalariada.
Como sea, estoy acá y veo el blog renovado (una miradita rápida le di alguna que otra vez), y hasta me tentè de contar un par de historias sentimentales del pueblo, porque en los pueblos, de esas sobran. Y lo bueno es que todos nos enteramos y comentamos, mate de por medio,todas las vicisitudes, agregados, suposiciones, juzgamos, nos reimos, somos crueles, y hasta nos calentamos con los personajes.
En el pueblo no ven televisión, es mejor juntarse a matear donde sea, en el rio, la pileta, el negocio de una amiga, y revivir una y otra vez, como si fuera un reality las historias pecaminosas de todos.
Cuestión que en un pueblo, los cuernos se sufren más, los divorcios son más escandalosos, no se tiene una amante, sino tres, y lo que en un principio parecía una interminable ronda de chismes, con mirada más condesendiente pude comprobar que es una forma simple y sencilla de hacer terapia de grupo.
Primero comienza el chisme, con lujos de detalles, se rién, critican, en fin, se relajan, para luego dar su opinión sobre el conflicto en cuestión, que sería lo correcto, donde se equivocaron los protagonistas, quienes sufrieron, y finalmente una o varias de ellas siguen con una frase tipo "a mi me paso con fulanito, me hizo lo mismo y yo.... bla bla" y así todas la miran, critican al malvado, le dan su apoyo, ánimo y fuerza para superar el mal trago.
Terapia de grupo pero más divertida, con ejemplos reales, risas, mate de por medio, pero sobre todo gratis. Como en los viejos tiempos, como lo hacían nuestras madres y abuelas.

miércoles, 27 de enero de 2010

lunes, 18 de enero de 2010

dibujitos

hola, hoy soy yo que tengo una consulta,

hoy en el gym se rompio el lector del Cd o sea, no hubo show de Madonna, :(

en vez de eso pusieron un canal de tv abierta y ohh sorpresa: dibujitos animados.
lo que me llamo la atencio es que los susodichos dibujos, pienso dirigidos a un publico infantil, rezumaban de musculos, peleas y balas. Niños que se transforman en monstruos superpoderosos, tortuga ninja que mas se parecen al increible hulk, etc.
y la pregunta que me surge es: que es lo que pretende la gente que crea estas cosas? que es lo que pretenden que crean de estas cosas? que deseos satisfacen al hacer a un niño capaz de destruir cualquier cosas?
durante la segunda serie de animaciones, no me quedo muy claro la trama porque eran todas luchas en diferentes escenarios donde toooodo, toodo quedaba destruido.
y lo que mas me preocupa es: que mensaje va a quedar en la mente de los televidentes? como asumo que el publico de estas cosas es mayoritariamente infantil, como esperan que incidan en su formacion como personas?

a mi me da una muy mala espina, porque me parece que planta la semilla de solucionar la diferencias por la exhibicion de poder. el que pueda destruir al otro es el que tiene la razon. Un niño no tiene que razonar con nadie, solo necesita un superpoder para imponer su voluntad.


no se, que piensan?

viernes, 15 de enero de 2010

Terremotos remotos

Hola, esto aparecio hoy en critica http://criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=35975

OPINIÓN
Terremotos remotos
Los haitianos del mundo prefieren pensar que hay un dios aunque los condene a la pobreza sostenida y les mande, de tanto en tanto, desastres.
“Es de mañana y en Port-au- Prince, en las calles de Port-au- Prince, hay una cacofonía sostenida de gritos, músicas, bocinas y un calor imposible. En esas calles, que alguna vez fueron asfaltadas y ahora son barro negro maloliente, hay hombres que se lavan la cabeza con el agua servida que las cruza, mujeres que despulgan sobre sus faldas a chiquitos muy flacos, mujeres que dormitan bajo un sol como espadas, mujeres que se pasan el día entero de rodillas ante diez guayabas o un montoncito de maní. Hay hombres que llevan sobre el hombro maderos grandes como cuatro hombres, hombres que miran lo que más hombres hacen, hombres que miran a esos hombres que miran, hombres que ni siquiera se interesan, mujeres que llevan sobre sus cabezas baldes de agua o fardos despiadados, en equilibrio imposible, y muchos chicos que corren chapoteando del barro a la basura. En una esquina, otra mujer con camiseta de batman cuenta por cuarta vez su fortuna de catorce paltas y, a su lado, otra casi desnuda toma agua muy sucia de una taza, a sorbitos, y grita con los ojos en blanco: la cabalga un espíritu farsesco. En esa esquina, un chancho gris y grande como un trueno come basura sobre una montaña de basura y un pálido cabrito en la punta de una soga espera que alguien lo compre para llevarlo al sacrificio. Un negro blanqueado por la enfermedad lava un auto de antes del diluvio, y otro parte con una pica sobre el barro negro una barra de hielo. Lo miro, y él cree que tiene que excusarse. En créole me dice que su pica no es buena, que él sabe que en los países extranjeros las hay mucho mejores. Gente que pasa recoge del barro negro los pedacitos que le saltan, y los rechupa con alivio. No hay viento, y en el aire pesado se mezclan los olores del mango, la basura, la mierda y la canela con ese frito intenso de un aceite que hierve desde siempre. En esas calles, la miseria es ese olor inconfundible, una mirada de odio, la cara con que te piden todo el tiempo una moneda. Detrás, en las casitas de madera o de cartones, pintadas de colores, familias se amontonan en seis metros cuadrados sin luz ni agua ni grandes esperanzas. A veces llueve. Otras diluvia”, escribí, hace ya casi veinte años, cuando fui a Port-au-Prince, la capital de Haití, que ahora, además, es una ruina.Una ruina y, de pronto, tantas cosas vuelven a su lugar. Jueces juiciosos, jueces prejuiciosos, presidentas y presidentes imprecisos, reservas y terceras, embargos sin embargo, fondos, formas –hasta un bicentenario: todo en su lugar. De pronto, porque de pronto la prepotencia de la muerte los devuelve a su lugar de pavaditas. Aquí al lado, a menos de siete mil kilómetros, una tierra tembló y murieron docenas y docenas de miles y miles de personas. O, mejor dicho: murió una señora Catherine de unos sesenta años ocho hijos infinidad de nietos que vendía trozos de coco en la avenida y se teñía las canas, murió un chico Jean-François cuatro años gran comedor de mangos de la calle, murió su hermano Pierre que le llevaba un par de años y había empezado la escuela hace tres meses pero no le gustaba, murió un señor Étienne cuarenta y tantos empleado del correo de la calle Pétion dos hijas una nieta que el lunes pensó no ir a trabajar porque tenía acidez pero supuso que su jefe iba a suponer que estaba con resaca y le dio miedo y fue y el mundo se le cayó encima –y así de seguido, con muchos más detalles, mucha más sangre, mucha más mugre y mierda y gritos, cien mil veces. Imaginen estas frases reformuladas cien mil veces: sólo para ofrecer de cada muerto una imagen tan precaria como éstas serían precisas diez mil páginas.Fue aquí al lado, a menos de siete mil kilómetros, en un país desarrapado destrozado bellísimo. Fue aquí al lado y la prensa argentina lo contó con desgana: se dedicó, sobre todo, a esa falta de imaginación que suelen llamar nacionalismo, y se empecinó en repetir la historia del gendarme misionero que murió en su puesto de la ONU; reafirmó nuestro provincianismo, nuestra insistente convicción de que sólo nos importan los que tienen nuestro pasaporte –porque no debemos ser capaces de pensar que un señor haitiano o indonesio nos queda tan cercano como el otro. Pocas conductas más baratas, más cortitas. Siempre me sorprende que una civilización que fracasó tan brutalmente en su intento de establecer ese concepto muy abstracto que algunos franceses con peluca quisieron llamar humanidad haya tenido tanto éxito en establecer otro concepto abstracto que llamaron nación. Otra falla de la Ilustración –que irrumpió con otro terremoto.Hace dos siglos y medio, en noviembre de 1755, un temblor tremebundo devastó Lisboa. La ciudad quedó destruida y más de 60.000 cristianos murieron en sus ruinas. Pero el sismo también sacudió a Europa: voces y más voces se levantaron contra la crueldad de un dios que podía mandar tanta muerte a sus amantes seguidores. Miles se preguntaron quién era ese monarca que se cargaba a sus súbditos tan fácil, y para qué servía. La existencia –la insistencia– del Mal hacía que ese dios fuera un ineficiente o un turrito: o lo hacía a propósito y era el mayor canalla, o no podía evitarlo y era un perfecto inútil. La duda se hizo más profunda.Corrían tiempos ilustrados, intelectualosos; el caballero Voltaire no podía quedarse fuera del debate. En su largo Poema sobre la destrucción de Lisboa, el caballero anunció que jamás podría volver a creer en la benevolencia de un dios tan cruel, ni en la idea de que el mundo estaba hecho desde el bien e iba hacia el bien. Y que creía que este mundo era “un desorden eterno, un caos de desdicha” y descreía de cualquier optimismo: “El pasado no es más que aquel triste recuerdo./ El presente es horrible si no hay un porvenir”.Rousseau, su amigo y enemigo, le contestó defendiendo a su Señor con argumentos leguleyos: “Entre tantos hombres aplastados bajo las ruinas de Lisboa, sin duda muchos evitaron desdichas mayores; y pese a lo que la descripción de su fin tiene de conmovedor, y lo que puede aportar a la poesía, no es seguro que uno solo de esos infelices haya sufrido más que si, según el curso original de las cosas, hubiera esperado su muerte en medio de largas angustias. ¿Hay un final más triste que el de un moribundo al que se abruma de cuidados inútiles, que un notario y sus herederos no dejan respirar, que los médicos asesinan en su cama?”.Su defensa de la misericordia divina era curiosa, casi anibalista. Hacia el fin de ese escrito, Rousseau explicaba por qué seguía creyendo en ese dios: “Se trata de la causa de la Providencia, de la cual lo espero todo. (…) He sufrido demasiado en esta vida como para no esperar otra...”. La confesión rousoniana era conmovedora; el golpe volteriano, muy brutal. El caballero negaba a muchas cabezas pensantes de Europa la posibilidad de esperar algo de Dios: ni otra vida ni nada bueno en ésta. El tema estaba lanzado: el terremoto de Lisboa fue decisivo en la historia de nuestra cultura. Tiempo después, tras tanta prédica y peleas, el famoso materialismo ateo se hizo fuerte en las conciencias de Occidente. Pero la religión no ha muerto –ni mucho menos– porque tantos siguen pensando con Rousseau: “He sufrido demasiado en esta vida como para no esperar otra”. Por eso, entre otras cosas, es tan probable que el remoto terremoto haitiano no produzca los mismos resultados que aquel, antiguo, de Lisboa. Los haitianos del mundo prefieren pensar que hay un dios aunque ese dios los condene a la pobreza sostenida y les mande, de vez en cuando, desastres espantosos, porque les sigue dando a cambio la ilusión de que hay un orden, un viso de justicia y, sobre todo, una esperanza de otra vida. Para salvar esa última esperanza aceptan un amo que los maltrata más allá de lo pensable: que los mata de a miles, mezclados, sin sentido, pura cólera ciega. La ecuación es curiosa. El miedo no sólo no es zonzo; es, sobre todo, tan despiadadamente poderoso.Así que, a pesar del Mal despendolado –a pesar de terremotos y hambrunas, matanzas y tsunamis–, millones siguen arrodillándose ante un dios que lo hace o lo permite. Y encima lo proclaman; no deja de extrañarme. Una vez más: si yo creyera que ese dios existe –si yo creyera que en algún lugar del infinito pulula un ente todopoderoso que no usa su todopoder para impedir estos desastres–, si yo creyera que hay un dios tan hijo de puta como para matar de un golpe a cien mil muertos de hambre, y si ese dios fuera mi dios, mi amo, me pasaría la vida negándolo, diciendo a todo el mundo que no existe, que cómo se le ocurre, ¿dios? ¿un dios? ¿eso qué significa? Frente a desgracias como ésta, el verdadero creyente no tiene más remedio que fingir que es ateo. Así que hay que dudar de casi todo, como siempre.
PD: “Yo es otro”, escribió Arthur Rimbaud y, esta tarde, yo también. Como quizás ustedes sepan, a causa del conflicto gremial entre la redacción y la gerencia del diario Crítica de la Argentina, esta semana los redactores no firmamos nuestras notas. Si quieren, si pueden, adivinen.

El (ahora) corazón roto de Armando

Fue como de película.
Nunca nos hubiéramos imaginado con la negra que esto podría llegar a suceder. Y miren que ella los conoce a todos desde siempre.
Y siempre son cuarenta años.
Esa cortada de dos cuadras en la que discurre la vida de todos nosotros nunca había visto cosa semejante.
Ni lo habría imaginado.
Eran las seis de la tarde, cuando algunos regresábamos de nuestras actividades.
La ambulancia había doblado por la otra esquina hacía ya diez minutos.
Los llevaba a los dos.
Fui tentado por mi curiosidad a dejar el auto en la puerta e ir a ver si entre la gente había alguien a quien preguntar.
Pero me contuve.
Lo guardé y entré a la casa.
Después de todo siempre me entero aunque no quiera.
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Parece, (porque las únicas que lo presenciaron fueron las dos hijas menores) que después del almuerzo, Gladys se fue a dormir la siesta con Armando. Pero en vez de descansar, ella empezó a largar el rollo. Y que discutieron y ella gritó y fuerte como nunca lo había hecho. Y que le sacó las cosas a la calle, y que entró a la casa y cerró la puerta. Y que se acabaron los gritos.
Y que al rato llegó la ambulancia.
Y parece que no es más que un susto, que nomás se descompuso.
Y parece, porque todo parece, que la sorpresa terminó llevándosela él.

jueves, 14 de enero de 2010

Para Gladys y dale volumen !!

Ponelo como quien no quiere la cosa mientras se baña. A veces ahay que reírse un poco de la propia situación y tomate un tequila....


lunes, 11 de enero de 2010

El corazón roto de Gladys (Parte II)

Les paso la segunda parte de un post que subí el 30 de Noviembre de 2009 (para referencia)



Hola a todos espero me recuerden. Soy Gladys. Consulté en Noviembre por mi caso con Armando mi marido, el que según me dijo mi nuera tiene una doble vida con la dueña de los campos en Entre Ríos.
Bueno, les cuento que un día averigüe donde quedaba el campo y (luego de haber armado todo con mi mamá y hermana que viven en las sierras) me fui para allá diciendo que me iba a ver unos días a mi familia.
Armando se quedó unos días en casa con su mamá para que yo me fuera a ver a la mía (esa fue la treta)
Cuando llegué al campo me presenté y pedí hablar con la dueña. Me atendió una mujer de mi misma edad, con un aspecto físico parecido al mío.
No los rasgos.
El paso del tiempo.
Me invitó a pasar y en esa misma conversación le dije quien era y que quería.
Saber. Saber si era cierto, si ella es la mujer entrerriana de mi marido, si tienen hijos, si verdaderamente están juntos.
Azucena, que así se llama, me dijo que cuando Armando fue por la oferta laboral le dijo que era viudo, pero que tenía unos hijos en Santa Fe. Que empezó a trabajar y su desempeño como administrador de los campos es muy bueno y que ella también es viuda (en realidad es la única viuda de esta historia). Y que se involucraron y que están juntos y que los chicos que andan por ahí son suyos y de su finado esposo. Que lo siente mucho porque no lo sabía pero si yo blanqueo la situación nos quedaremos sin trabajo. No como amenazándome, sino que Armando iba a tener que dejar los campos si esto se hace público. Si se enteran mis hijos (¡¡mis hijos lo saben!!).
Me sugirió que dejara todo como estaba y volviera a mi casa, a mi vida. Que después de todo, esto trajo un poco de prosperidad a nuestras vidas. Y es cierto.
Me aseguró que al menos que yo haga algo, ella tomará mi visita como algo que jamás existió y que si se entera de algo será porque Armando se lo diga. Que después de todo, de esto nos beneficiamos todos.
Estoy peor que antes. Porque volví y hasta ahora no dije nada. Todos creen que estuve en Córdoba.
Siento que no voy a poder hablar con mi marido. ¿Para qué? Después de todo él no nos hace faltar nada.
Creo que el no va a dejar a esta mujer a tres ó cuatro años de jubilarse. Y lo peor es que creo que aunque yo lo enfrente, él no le va a decir nada a Azucena.
Los voy a estar leyendo, más para atormentarme por ser así que por otra cosa.

sábado, 9 de enero de 2010

Todo cambia...

Con la llegada del nuevo año, también llegó el cambio visual del blog.
Encontraran algunas cosas nuevas: un fondo y colores nuevos, un contador de visitas, un espacio para poner los blogs personales nuestros o bien aquellos que recomendamos, y al final de la página una encuesta.

Agradecería a los conocidos y a los que visitan esta página sin mostrarse que participen en la encuesta para darle un perfil al blog más cercano a quienes lo leen.

Es cierto que algunas circunstancias hicieron que se desdibujara un poco la idea inicial pero eso no implica que no se pueda retornar y lograr un espacio interesante para todos.

Ojalá les guste y quedan 21 días para que la encuesta termine y así, nos permita renovar este espacio cálido que logró crecer durante todo este tiempo.

Saludos.-